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Oligarquía (1916-1943)

Posted on 2012/06/05 · Posted in Generales

Escrito por Francisco Pestanha

El año 1930 puede establecerse sin lugar a dudas como un hito elocuente para comprender el desarrollo de esta matriz de pensamiento que, como ya sostuvimos en numerosas oportunidades, encuentra raíces ancestrales en nuestra región.

El derrocamiento del gobierno constitucional de don Hipólito Yrigoyen no solo iniciará una larga etapa de presencia política de la fuerzas armadas, en especial del ejercito en el poder, sino que coincidirá con una paulatina y ascendente conflictividad con el Reino Unido de Gran Bretaña, experiencia imperial surgida al calor de la Revolución Industrial, con la que la Argentina mantuvo durante más de siete décadas, al decir de numerosos autores una relación de tipo semicolonial[1]. Surgirá entonces una vigorosa y activa militancia nacionalista (aunque este fenómeno puede extenderse hacia principios del siglo XX), que se expresará no solamente en el campo del pensamiento sino también en la historiografía.

La vertiente nacionalista presentará rasgos sumamente peculiares y diversificados, destacando la circunstancia no menor que alguna de sus voces más resonantes emergieron desde los mismos sectores dominantes.

Siguiendo en este aspecto Daniel Enrique Antonio Campi[2], en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial empezaron a resonar fuertemente en nuestro país diatribas contra el orden político imperante, ataques que, en cierto sentido, respondieron al impacto generado por la llegada del Yrigoyenismo al poder. Algunos nacionalistas, a fin de construir su ideario se harán “paradójicamente” eco de versiones ideológicas importadas acríticamente del viejo continente, para fustigar el ascenso de la “chusma” al poder desde una perspectiva ciertamente aristocratizante.

Miguel A. Scenna[3] citado por Campi describe esta circunstancia con notable precisión: “Desde 1916 los que se consideraban custodios de la tradición por derecho de herencia estaban desplazados del poder por el radicalismo (…) Surgió entonces una suerte de pensamiento que, renegando del radicalismo y de la inmigración, terminó renegando también de la democracia. Extasiados con Primo de Rivera y con Mussolini y (….) nutridos intelectualmente por Charles Maurass, crearon un ideario que tomó el nombre del nacionalismo”.

Algunos sectores inscriptos en esta corriente centrarán sus reflexiones en una cerrada visión hispanista, fundarán su diatriba afirmando que la Nación existió pero fue derogada después de la batalla de Caseros, y plantearán un inviable retorno hacia el pasado. Juan Domingo Perón en alguna oportunidad, les asignará irónicamente el mote de “piantavotos de Felipe II” en referencia al monarca español durante cuyo reinado la hegemonía española llegó a su apogeo.

Otros experimentarán un nacionalismo de cierto corte hispanista pero orientado hacia la Doctrina Social Cristiana, corriente que resultó de por sí bastante fecunda y que influirá nítidamente en el primer peronismo. Por su parte, autores como Leopoldo Lugones desde una perspectiva nativista y persiguiendo una propuesta nutrida de tópicos originales, se transformará en uno de los intelectuales emblemáticos del ideario nacionalista, aunque enrolado en un elitismo inconducente, relativamente funcional a las elites dominantes y ciertamente ingenuo.

El pacto Roca Runcimann suscripto en 1933 permitió visibilizar la verdadera relación que anudaba forzosamente el destino de nuestro país al de la metrópoli (Gran Bretaña) ya que legó, en manos de estos últimos, el comercio exterior y otorgó al capital inglés privilegios inaceptables. Dicho pacto además vino a poner en duda la idea misma de una Argentina independiente y soberana impulsando a autores como Julio Irazusta, Ramón Doll y José Luis Torres a inscribirse en un acérrimo anticolonialismo. La obra de Julio Irazusta “La Argentina y el imperialismo británico. Eslabones de una misma cadena 1806-1833” constituye aún hoy una referencia reveladora en la literatura anticolonialista refiere.

Comenzará, así, la lucha contra el imperialismo real.

Las circunstancias imperantes estimularán a muchos jóvenes a inscribirse en esta batalla, y con el paso del tiempo, el anticolonialismo irá generando instancias organizativas originales y trascendentes como la de FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina). Bajo el impulso de Juan B. Fleitas, ex Ministro de Yrigoyen, y de Manuel Ortiz Pereyra, único miembro del Poder Judicial que renunciara el 6 de septiembre de 1930, un grupo de jóvenes entre los que se encontraban Arturo Jauretche, Homero Manzi, Luis Dellepiane, Raúl Scalabrini Ortiz, Juan Luis Alvarado, Oscar Correa, Gabriel Del Mazo, Atilio García Mellid, Héctor y Carlos Maya, Néstor Banfi, comenzó a agitar las banderas nacionales y revolucionarias que había popularizado el yrigoyenismo. FORJA emergió a la luz un 29 de junio de 1935. Integrada por los referidos y otros como René Orsi, Francisco José Capelli, Miguel López Francés, Basilio Ruiz, Oscar Meana, Vicente Trípoli, Libertario Ferrari, Juan Carlos Cornejo Linares, Luis Peralta Ramos, Horacio Aragón, Roque Raúl Aragón, constituyó en un verdadero regazo para que estos jóvenes pudieran preservarse de un contubernio que mediante todo tipo de artimañas los privaba de la voz y del voto.

La actividad de FORJA “no se concentró exclusivamente en la producción de literatura política y, menos aún como suele sostenerse, en el desarrollo de una corriente interna escindida de la UCR constituida por intelectuales en su mayoría jóvenes universitarios y profesionales de clase media[4]”. Como bien enseña Delia María García, esta última caracterización en modo alguno “…alcanza a reflejar los matices diferenciales de heterogeneidad social, cultural, y de origen político” de sus integrantes. La experiencia del forjismo marplatense y de otras filiales provinciales del agrupamiento da cuenta de una multiplicidad de estrategias y actividades que se extienden también hacia el mundo del trabajo y, en especial, hacia el proceso de nacionalización del movimiento obrero argentino.

Pero además Irán surgiendo paulatinamente otras versiones caracterizadas como nacionalismo de izquierda, enrolándose en ellas legendarias figuras como Jorge Abelardo Ramos y posteriormente Juan José Hernández Arregui. En relación a esta última tendencia, las enseñanzas de Manuel Ugarte resultan altamente reveladoras y su americanismo inspirará a todo el Pensamiento Nacional.

Pero no solo el anticolonialismo caracterizará la producción de ese nacionalismo popular ya emergente. El Pensamiento Nacional, incorporando al pueblo como elemento nuclear de la Nación, irá inmiscuyéndose, entre otras, en una cuestión que es capital para la comprensión de lo argentino: la cuestión identitaria.

Fermín Chávez en un opúsculo[5] lamentablemente olvidado ha sostenido que Fray Francisco de Paula y Castañeda, Manuel Ortiz Pereyra, Ernesto Quesada, Leopoldo Lugones, Manuel Ugarte, Ricardo Rojas, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche y Manuel Gálvez, entre otros, abordaron, desde diversos matices, la cuestión nacional citando en esa obra una brillante reflexión de Ugarte datada en 1912: ¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos. No queremos ser otra cosa!

Estas y otras apreciaciones altamente valorativas sobre nuestra composición mestiza y nuestra razón identitaria resultarán cruciales en momentos que ciertas mentes obtusas denunciaban una Argentina desintegrada por una inmigración aluvional con su consecuente infortunio: la pérdida de identidad.

Raúl Scalabrini Ortiz por su parte rescatará a esta Argentina inclusiva y mestiza, concibiendo un neologismo para describir el proceso de interacción e integración de culturas que se operaba en América y en especial en nuestra Argentina: lo multígeno.

Por razones entre las que se incluyen lógicos matices y perspectivas conceptuales disímiles sobre ciertos fenómenos, esta corriente nunca se aglutino bajo ninguna modalidad organizativa, aunque todos sus mentores coincidieron en la existencia de un universo sociopolítico caracterizado por las relaciones desiguales de poder, y el carácter periférico y dependiente de nuestro país.